La decisión final (por kdrmsh)
Un jugador de hattrick reflexiona sobre su descenso
Probablemente esa mañana era una de las más tristes de los últimos tres años. Se levantó más tarde que de costumbre, y se sentó delante del ordenador, con la mirada perdida.
Miró las páginas de Marca y As, y siguió en silencio, un silencio sólo interrumpido por la voz de Irene, su novia, que había entrado en su despacho sin que él la oyera:
- Estás bien? Te noto muy serio, y muy silencioso.
El le devolvió una sonrisa que intentó no sonara forzada, aunque sin conseguirlo.
-Sí, cariño, no te preocupes. Son líos de la oficina, ya sabes como están las cosas, y la crisis nos afecta a todos.
No estaba seguro de haberla convencido, pero tampoco podía decirle nada diferente.
La última vez que hablaron del tema, ella no lo entendió, y en aquella ocasión, era incluso más fácil porque aquel día estaba feliz. Su equipo, el Atleti como a el le gustaba llamarlo había ascendido a V, y si entonces no fue capaz de entender su felicidad, como iba a entender que su tristeza se debiera a un descenso de categoría en un juego virtual, de unos muñecos virtuales que tenían rostro o no en función de que se pagara una cuota anual(que él por cierto pagaba religiosamente desde su segunda temporada) .
Evidentemente ni lo iba a entender, ni él lo pretendía.
Se sentó, aprovechando que se quedó solo durante una hora, y se puso a recordar sus inicios en el juego, aquella mañana en la que un compañero de trabajo le habló del juego, que le mostró su equipo del que se sentía tan orgulloso y que por cierto nunca habia pasado de VII y de cómo se dejó convencer para pedir un equipo. Recordó aquellos jugadores que le dieron cuando le llegó(¡por fin!, exclamó) en aquel equipo de décima en el que fichaba o vendía a los jugadores por la forma y las estrellas que sacaban en tomattrick.
Recordó su primer ascenso, y el siguiente, recordó aquella derrota en el último minuto cuando tenía el título a su alcance, y las veces en las que, en la oficina, conseguía conectarse sin que su jefe lo notara, y aquel susto cuando el director apareció de repente y apenas tuvo tiempo de cerrar la pantalla, justo cuando estaba a punto de comprar aquel delantero joven y español que alguien le arrebató en el último segundo.
Se acumulaban los recuerdos, pero no podía comentar sus vivencias con nadie, fuera de los foros propios de hattrick. En cierta ocasión, Andrés, su mejor amigo se burló de él cuando le confesó(y era confesión porque nunca hablaba de esto por miedo a este tipo de reacciones) que en ocasiones dudaba si dejaba en el banquillo a determinado jugador que había jugado muy bien el partido pasado, o que le costaba vender a algunos jugadores que estaban con él desde hacía mucho.
A veces dudaba de si era normal acostarse pensando en cómo jugarle al rival, analizando si valía la pena arriesgar con un ataque por banda o si amarraba con los extremos jugando hacia medio, pero sobre todo, dudaba de si era lógico levantarse los viernes media hora antes para comprobar la forma de los jugadores o tantas locuras, como la época en la que se dieron de baja en Telefónica para pasarse a otra operadora y estuvieron casi veinte días sin ADSL, y las constantes excusas, a veces absurdas, para poder acercarse al cíber del barrio a comprobar si estaba hecha la alineación, o si alguien había ofertado por su delantero Sobrenatural que estaba a la venta.
Y ahora estaba allí, con un equipo que volvía a VI, una economía en números rojos(y no solo en hattrick) y una sensación de estar perdiendo el tiempo tontamente.
Y una duda que le asaltaba desde hacía tres noches, cuando supo que el equipo descendía.
Le parecía que era momento de tomar una decisión que cambiara las cosas.
Iba a entrenar portería.
Probablemente esa mañana era una de las más tristes de los últimos tres años. Se levantó más tarde que de costumbre, y se sentó delante del ordenador, con la mirada perdida.
Miró las páginas de Marca y As, y siguió en silencio, un silencio sólo interrumpido por la voz de Irene, su novia, que había entrado en su despacho sin que él la oyera:
- Estás bien? Te noto muy serio, y muy silencioso.
El le devolvió una sonrisa que intentó no sonara forzada, aunque sin conseguirlo.
-Sí, cariño, no te preocupes. Son líos de la oficina, ya sabes como están las cosas, y la crisis nos afecta a todos.
No estaba seguro de haberla convencido, pero tampoco podía decirle nada diferente.
La última vez que hablaron del tema, ella no lo entendió, y en aquella ocasión, era incluso más fácil porque aquel día estaba feliz. Su equipo, el Atleti como a el le gustaba llamarlo había ascendido a V, y si entonces no fue capaz de entender su felicidad, como iba a entender que su tristeza se debiera a un descenso de categoría en un juego virtual, de unos muñecos virtuales que tenían rostro o no en función de que se pagara una cuota anual(que él por cierto pagaba religiosamente desde su segunda temporada) .
Evidentemente ni lo iba a entender, ni él lo pretendía.
Se sentó, aprovechando que se quedó solo durante una hora, y se puso a recordar sus inicios en el juego, aquella mañana en la que un compañero de trabajo le habló del juego, que le mostró su equipo del que se sentía tan orgulloso y que por cierto nunca habia pasado de VII y de cómo se dejó convencer para pedir un equipo. Recordó aquellos jugadores que le dieron cuando le llegó(¡por fin!, exclamó) en aquel equipo de décima en el que fichaba o vendía a los jugadores por la forma y las estrellas que sacaban en tomattrick.
Recordó su primer ascenso, y el siguiente, recordó aquella derrota en el último minuto cuando tenía el título a su alcance, y las veces en las que, en la oficina, conseguía conectarse sin que su jefe lo notara, y aquel susto cuando el director apareció de repente y apenas tuvo tiempo de cerrar la pantalla, justo cuando estaba a punto de comprar aquel delantero joven y español que alguien le arrebató en el último segundo.
Se acumulaban los recuerdos, pero no podía comentar sus vivencias con nadie, fuera de los foros propios de hattrick. En cierta ocasión, Andrés, su mejor amigo se burló de él cuando le confesó(y era confesión porque nunca hablaba de esto por miedo a este tipo de reacciones) que en ocasiones dudaba si dejaba en el banquillo a determinado jugador que había jugado muy bien el partido pasado, o que le costaba vender a algunos jugadores que estaban con él desde hacía mucho.
A veces dudaba de si era normal acostarse pensando en cómo jugarle al rival, analizando si valía la pena arriesgar con un ataque por banda o si amarraba con los extremos jugando hacia medio, pero sobre todo, dudaba de si era lógico levantarse los viernes media hora antes para comprobar la forma de los jugadores o tantas locuras, como la época en la que se dieron de baja en Telefónica para pasarse a otra operadora y estuvieron casi veinte días sin ADSL, y las constantes excusas, a veces absurdas, para poder acercarse al cíber del barrio a comprobar si estaba hecha la alineación, o si alguien había ofertado por su delantero Sobrenatural que estaba a la venta.
Y ahora estaba allí, con un equipo que volvía a VI, una economía en números rojos(y no solo en hattrick) y una sensación de estar perdiendo el tiempo tontamente.
Y una duda que le asaltaba desde hacía tres noches, cuando supo que el equipo descendía.
Le parecía que era momento de tomar una decisión que cambiara las cosas.
Iba a entrenar portería.
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